Pistas de tierra, sol al por mayor, zonas silvestres, clima extremo y mucha aventura. Descubrimos a golpe de pedal tres zonas desérticas de España a través de una serie de reportajes realizados por apasionados de la bici, locos de exploración , que nos han enseñado sus itinerarios preferidos por su desierto.
Una colaboración entre Volata y Strava.
Los Coloraos y Gorafe, viaje a la prehistoria
Desert Stories, parte 2 : Los Coloraos y Gorafe
Es inevitable no pensar en el Gran Cañón del Colorado, en Arizona, cuando uno se enfrenta por primera vez a esta zona semi desértica y árida del sur de la península ibérica. Situada entre la localidad de Gorafe y Villanueva de las Torres, en Granada, el desierto de Los Coloraos y de Gorafe comprende una superficie de unos 1.400 km2 y debe su nombre al color predominante en las formaciones geológicas de sus tierras arcillosas. Este desierto contiene enormes cárcavas y formaciones de areniscas que lo asemejan a uno de esos paisajes lunares, tan inquietantes como fantásticos, que se denominan “badlands” y que resultan ser “malas tierras” porque son nefastas para el cultivo y porque atravesarlas puede ser altamente complejo.
Sin embargo, para nosotros y nuestras bicis de gravel, estas tierras áridas, llenas de cuestas empinadas y tierra suelta, son un auténtico paraíso oculto entre las sierras que las rodean y con Sierra Nevada en el horizonte. Con el Constructor de Rutas de Strava diseñamos esta ruta circular de 171 km con más de 3.000 m de desnivel acumulado que conseguimos completar en dos jornadas de auténtico gravel.

Nuestra aventura se sitúa en la zona oriental de Andalucía, al noreste de Granada. A tan solo 70km de la ciudad de la Alhambra está Guadix, población con mucha historia, desde su origen como asentamiento prehistórico hasta nuestros días, pasando por la colonia romana Julia Gemella Acci y la Wadi-Ash musulmana. Éste será el punto en el que Rocío, Javi, Virginia, Rafa, y Juanan, tras la cámara, iniciamos nuestra ruta. Todos formamos parte de la comunidad ciclista de Granada y juntos nos aventuramos a descubrir un tesoro natural que tenemos a pocos kilómetros de casa.
Día 1: una jornada de “badlands”
Son las 8 de la mañana y el sol empieza a asomar. Ya contábamos con que haría algo de fresco, pero no con un frío intenso: los termómetros marcan 3°C pero la sensación térmica pedaleando por la umbría de las ramblas iba a ser aún menor. Así que las ganas y la necesidad de superar el frío hacen que queramos ponernos a dar pedales cuanto antes. Cogemos algunas prendas de abrigo, ajustamos las bolsas, llenamos los bidones de agua, algo de comida a los bolsillos y conectamos el track. ¡Por fin estamos pedaleando!

Al poco de dejar el asfalto de Guadix nos encontramos con la primera dificultad: una corta pero exigente rampa. La cosa se pone peliaguda y hay que poner pie a tierra. Seguimos subiendo, esta vez caminando. “¡Menuda trampa!”, se le escucha decir a Javi. Para Rocío, que ha sido campeona de España de CX y MTB y ha participado en algunos mundiales, eso de las trampas, bajarse de la bici y subir rampas imposibles, no es nada nuevo y lo supera con naturalidad.
En el kilómetro 14 de nuestra salida, y casi sin darnos cuenta, llegamos a la planicie de Face Retama, donde según manda la tradición, es el lugar sagrado donde fue martirizado y enterrado San Torcuato. Aquí está situada la ermita-sepulcro de San Torcuato, único ejemplo de complejo religioso mudéjar subterráneo de la península Ibérica, compuesto por veinticinco salas excavadas.



A continuación comenzamos a bajar por una pista muy divertida, con muchas curvas y esquivando surcos hasta llegar de nuevo a una rambla. Virginia va con una gran sonrisa. Lleva muy poco tiempo montando en bici de carretera y es la primera vez que prueba el gravel. Dice que le está fascinando. El veneno ha causado efecto. Mientras el sol empieza a ganar altura y a darnos de lleno, llegamos a una de las subidas más destacadas de la jornada: la de la Torre de Guájar, con una distancia de 2,61 km al 4,2% de desnivel. Es suave pero nos permite entrar en calor.

Al lado de esta torre, una pequeña atalaya cilíndrica de origen árabe que aún se tiene en pie, tenemos unas vistas espectaculares y además la experiencia toma una dimensión cuando descubrimos que está situada sobre el yacimiento prehistórico de la Solana de Zamborino. De hecho, toda la zona rezuma historia y es habitual encontrar fósiles en el camino.
Un trago a nuestros bidones, unas risas y seguimos con el viaje. Dejamos la pista de tierra y tomamos la carretera GR-6101 en dirección al balneario de Alicún de las Torres y, de allí, a Villanueva de las Torres, donde nos daremos un respiro y comeremos algo antes de afrontar la parte más difícil de la etapa: cruzar los “badlands” del desierto de Los Coloraos. La mesa se llena enseguida de bebidas frías y bocadillos. Dentro del bar se escucha hablar a los lugareños, entre alguna que otra carcajada, de tierras y olivos.

Cogemos las bicis de nuevo y arrancamos. Volvemos a la entrada del pueblo y de allí nos desviamos por un camino rodeado de árboles frutales. 10 kilómetros más adelante y tras cruzar una colina, nos encontramos con unas vistas increíblemente bellas. A través de una pista polvorienta nos adentramos en esta “mala tierra” en la que la erosión del agua ha moldeado el paisaje durante millones de años. Son tierras desprotegidas, con escasa vegetación, hecha de roca fácilmente erosionable y permeable y, cuando llueve, muy raramente, lo hace durante poco tiempo y de forma torrencial. El resultado es el que vemos, kilómetros y kilómetros de desierto de cárcavas, barrancos y cañones.
El silencio es increíble y el paisaje nos atrapa. Estamos en tierras del Cuaternario y del Pleistoceno. Hace cinco millones de años este paisaje estaba bajo el agua de un gran lago endorreico —sin salida al mar— alimentado únicamente por las cuencas fluviales, perfecto para el depósito de sedimentos. Cuando el agua encontró una salida natural, el lago se fue vaciando y dejó al descubierto el paraje que hoy podemos disfrutar.


Ya es mediodía y el calor empieza a ser sofocante. Seguimos la pista que transita estos valles que albergan uno de los mayores registros fósiles de grandes mamíferos del mundo y los restos de los primeros europeos. Las bicis quieren correr y nosotros también. Cogemos el camino de los Campos Mones y la Loma de las Yeguas, estamos en pleno corazón del desierto. La velocidad es alta y vamos bien agrupados. Entramos enfilados al desvío hacia la rambla del “Barranco del Caballo”. Rocío entra la primera y yo le sigo. Se nota que había ganas de jugar con el terreno. Peraltes, escalones, arena y socavones. Es el momento de sacar el repertorio de técnica para no quedarse atrapado. Por detrás vienen Javi y Virginia que, en este tramo, parece que no se lo están pasando tan bien como antes. A lo lejos, se escucha cómo maldicen. Finalmente y con una dosis extra de concentración, salen airosos de este tramo.


Nos reagrupamos en la rambla de los Anchurones para comentar el tramo entre risas, aunque pronto el camino comienza a subir de nuevo y ya no habla nadie. Vamos ganando altura por el camino de Bácor hasta coronar la Loma de los Pinos desde donde, a lo lejos, a la orilla del camino, vemos la chimenea de una de las casa-cueva de Gorafe, una vivienda típica de la zona construida dentro de la roca, que es donde pasaremos la noche. Hemos llegado a nuestro destino.
Día 2: a 2000m sobre el nivel del mar
Con las pilas cargadas tras un buen descanso en la casa-cueva, volvemos a la carga cuando pasan algunos minutos de las 8:30 de la mañana. Tomamos una pista que transcurre por la llanura donde se encuentra la mayor concentración de dólmenes de Europa, los llanos del Cocón. La vista nos impresiona. De hecho, las primeras horas de la mañana son espectaculares; esa luz dorada que pasa a través de los árboles de la dehesa no se nos va a olvidar fácilmente. Los “badlands” quedaron atrás y a lo lejos podemos divisar la enorme sierra a la que nos vamos a enfrentar hoy.


Llegamos al cortijo de Olivares. Aquí el camino es más pedregoso. Descendemos hasta una rambla para volver a remontar la ladera al otro lado. En el kilómetro 22 estamos al pie de la Sierra de Baza, nuestro mayor escollo hoy. Por delante tenemos una larga ascensión de 17 km hasta los Prados del Rey, la joya botánica de esta sierra. Sin duda, esto nos pondrá a prueba.
Gran parte de la pista transita entre encinas y pinos. Virginia y Javi, esta vez sí, se sienten cómodos en esta exigente subida. Entre los huecos que dejan los árboles podemos apreciar el desierto de Gorafe desde las alturas. Un pequeño esprint y coronamos. Estamos a 2000 m sobre el nivel del mar. Toca repostar y abrigarse porque, aunque hace sol, el viento es muy frío, propio de estas altitudes.



Empezamos el descenso por la cara sur de la sierra y Rocío y yo nos decimos “¡ahora nos toca a nosotros!”. Vamos por delante disfrutando de la bajada y gritamos a los demás, soltando alguna carcajada, mientras nos intentan alcanzar. El camino es rápido y confortable y nos vamos cruzando continuamente con cabras montesas. También se pueden ver algunos buitres dando vueltas en el aire. Quizás estaban esperándonos, pero hoy no será su día.

Cruzamos el pueblo de Charches y el paisaje se torna polvoriento y pedregoso. Es tierra de pastores. Atravesamos algunas granjas ganaderas de la zona en un continuo sube y baja, alternando tierra con asfalto. Es un terreno de desgaste. Muy cerca ya de Guadix nos encontramos con la trampa del día, lo que no se aprecia en los perfiles de ruta. Se trata de la cuesta del Águila. Es corta pero exigente y acaba con las pocas fuerzas que nos quedan.
Pisamos la carretera N-324 que es nuestro acceso a Guadix. Tan solo nos quedan 2 kilómetros para completar nuestro recorrido y es justo ahora cuando, con una enorme sonrisa, nos sentimos como quien descubre un enorme tesoro, oculto durante demasiado tiempo.
