First Know Time: Islandia de este a oeste

«Al principio, simplemente dibujé una línea», dice Chris Burkard, atleta de fondo y fotógrafo renombrado en todo el mundo.

«Sería increíble ir desde aquí hasta el otro lado por la parte norte de todos los glaciares. Ese era el objetivo inicial. ¿Sería posible mantenernos cerca del interior durante casi toda la travesía? No queríamos atravesar todas estas ciudades, lo que queríamos era una ruta lo más pura posible, a través del corazón del país».

Pocos lugares en el mundo gozan de un aura vetusta como la de Islandia: un país con muchos años de historia y corazón viejo. Hielo glaciar y lava cubren un 10 % de su superficie y el casi deshabitado interior del país es de carácter accidentado y remoto. Es casi como si las condiciones invitaran al tipo de exploración de la vieja escuela que Chris y su compañero de aventuras, Eric Batty, proponían. El plan era atravesar el interior del país: casi 1000 kilómetros en línea recta de la costa este a la oeste. De conseguirlo, se convertirían en pioneros de esta nueva ruta para bicicleta para atravesar el país. Sin embargo, ser los primeros en conseguir algo viene cargado de sus propios desafíos.

Ilustraciones: Owen Delaney
Ilustraciones: Owen Delaney

«Cuando ves esas rutas increíbles de bikepacking, piensas: "Tío, ¿cómo han conseguido hacer eso?". ¿Recorrieron toda esa distancia y cuando se topaban con un terreno cercado le preguntaban al granjero de turno si podían atravesarlas?», ríe Chris.

Pues... la verdad es que más o menos sí fue así. Chris y Eric consultaron a un cartógrafo para trazar la ruta pero no quedaron convencidos del todo: ¿Sería posible recorrer en bicicleta la ruta entera? Chris contactó a un amigo guía de expedición y se pusieron a llamar por teléfono a granjeros para preguntar sobre las carreteras en el mapa. Tramo a tramo, la ruta empezó a tomar forma: desnivel, terreno, refugios y fuentes de agua le iban dando color. Sin embargo, todavía les quedaban dos grandes cuestiones.

El interior de Islandia es un laberinto de ríos formados por agua derretida de glaciares. Recorrer la ruta en invierno habría sido imposible pero en verano los ríos podían aumentar de tamaño hasta proporciones infranqueables. No sabrían a lo que se enfrentaban hasta que se topasen con ello. Si llegaban a esos ríos y era demasiado peligroso atravesarlos, tendrían que pasar al plan B y dirigirse a un puente en vez de atravesarlos a pie. Ese desvío significaría 100 km más en la ruta.

Sabiendo que la duración del viaje, por no mencionar las condiciones, era incierta, el equipo formado por Emily Batty y Adam Morka junto a Chris y Eric preparó la mochila para cualquier eventualidad.

«Nos preparamos para cualquier cosa. Por eso nuestras bicis pesaban tanto. Llevábamos equipo de campamento, equipamiento para lluvia y unos 11 kilos de comida. También hablamos con cinco o seis expediciones que habían hecho una ruta en bici por Islandia y les preguntamos qué se habían llevado, qué habían usado. Bueno, ya te puedes imaginar, estuvimos hablando sobre qué tamaño de cubiertas usar durante una semana».

El equipamiento

Adam: bicicleta Trek 1120 // cubiertas Schwalbe Nobby Nic, 2,6 pulgadas

Eric: bicicleta Trek 1120 // cubiertas Schwalbe Nobby Nic, 2,6 pulgadas

Chris: bicicleta Specialized S-Works Epic Hardtail // cubierta Schwalbe Nobby Nic, 2,6 pulgadas (delantera) y Schwalbe Rock Razor, 2,35 pulgadas (trasera) // ruedas Zipp 3Zero

Emily: bicicleta Trek Supercaliber

Con la ruta trazada y las decisiones sobre el equipamiento tomadas, el verdadero trabajo aguardaba: casi 1000 kilómetros de distancia y unos 14.000 metros de altitud de un terreno precioso a la vez que despiadado. Desde campos de ceniza volcánica y corrientes de lava fresca a cruces de ríos con más de un metro de profundidad, el paisaje exigiría el máximo del equipo. Pero, en un año donde nuestras vidas han cambiado tanto, el privilegio de poder ponerte una meta, por difícil que parezca, y de hacer todo lo posible por alcanzarla es lo que movía a Chris.

«Si algo nos ha enseñado el 2020 es que nada es permanente. Planes de entrenamiento, objetivos para mejorar la condición física, viajes e incluso nuestra propia rutina en casa pueden cambiar en un instante», reflexiona Chris. «La libertad de poder enfrentarse a un reto que nos pusimos nosotros mismos como exploración personal, el tipo de reto que te fuerza a sumergirte de lleno en ti mismo, cuando todo lo que te rodea parece que esté pidiéndote que pares y lo dejes. ¡Y te puedo asegurar que pensamos en dejarlo unas cuantas veces!».

Para poder hacer algo por primera vez se requiere cierto tipo de mentalidad y actitud. La mayoría de nosotros conoce bien esa sensación: ese ápice de duda que te hace sopesar si has tomado el camino correcto o si te encuentras en un callejón sin salida. Esa impresión en la que todo parece alargarse infinitamente cuando no estás seguro de cuándo termina la subida o de si la carretera acabará por allanarse. Chris y su equipo no se preguntaban si podrían conseguirlo, sino si era humanamente posible hacer esta ruta en bici.

A pesar de todas estas dudas, la moral estaba alta cuando partieron desde la parte oriental de Islandia. El comienzo fue lento, sobre todo porque las bicis llevaban la carga más pesada de todo el viaje (la de Adam era la más pesada con más de 40 kilos) pero los primeros dos días fueron relativamente fáciles. Después de subir el altiplano de Islandia fueron recibidos por un paraíso de carreteras sin asfaltar; una más que merecida recompensa después de una subida tan empinada. En el segundo día, cuando el grupo se dirigía hacia el lago Askja, el terreno se volvió... lunar.

«No existe otro paisaje como este», confiesa Chris. «Recorrimos gran parte del terreno que usaron para probar los róvers lunares; es el único lugar en la Tierra que imita de manera realista la superficie lunar. Cuando estás allí, te das cuenta de lo insignificante que eres frente a las fuerzas de la naturaleza y de lo que se siente al estar rodeado de tierra salvaje».

Fue en el tercer día cuando la fatiga empezó a manifestarse, el cual Chris describió como «lo más lento que me he movido nunca en bici». Un gran yacimiento de arena volcánica redujo el ritmo del equipo considerablemente y solo consiguieron recorrer 53 km ese día. Terminaron el día con los brazos doloridos y contracciones musculares después de horas maniobrando las bicis a través del exigente terreno. Aunque era difícil lidiar con el cansancio físico, lo que en realidad estaba empezando a agotarles era el cansancio mental, justo cuando el tramo más crítico del viaje se cernía sobre ellos: el cruce del glaciar Hofsjokull.

«Estábamos cansados mentalmente solo de mantener la concentración por tanto tiempo. Hubo momentos en los que no había nada por lo que reírse, nada por lo que sonreír; solo había silencio. Momentos en los que había que mantener la concentración mientras nos abríamos paso entre roca volcánica», cuenta Chris. «Para nosotros, el hecho de no tener la seguridad de que la ruta era transitable era algo que nos creaba mucho estrés. A partir del tercer día, mi calidad de sueño empezó a deteriorarse debido al estrés. Nos levantábamos por la mañana y poníamos a votación la pregunta del día: "¿Qué ruta tomamos: la A o la B?"».

Aparte de exigente, el cruce del glaciar Hofsjokull puede ser imposible incluso para un Jeep con neumáticos de 52 pulgadas. Una semana antes de que el equipo llegara al glaciar, la ruta había sido reconocida en Jeep. El primer río, un monstruo glaciar, era imposible de cruzar.

«Eso me aterrorizaba», admite Chris.

Trató de eliminar su propio ego y la idea de mantener la ruta "pura" de la ecuación mientras debatían qué hacer.

«El equipo tenía experiencia en rescate en aguas rápidas y sabía cómo distinguir cuándo es demasiado peligroso cruzar un río. El día empezó con un nudo nervioso en mi estómago, el cual hizo que no pudiera dormir la noche anterior [...]. La ruta de la mañana hasta el borde del río fue muy seria pero en el momento en el que cruzamos el río, es como si una nueva energía me hubiera invadido: lo habíamos conseguido, habíamos pasado el tramo más crítico».

Después de haber cruzado más de 70 ríos en solo un día, la costa occidental de Islandia se hizo más y más real y el equipo empezó a apreciar de verdad todo lo que les rodeaba.

«Fue el paisaje lo que nos mantuvo en movimiento cuando todo lo que nuestros cuerpos hacían era gritar que parásemos. Cuando te sumerges en un nuevo paisaje, aunque tu cuerpo esté cansado, tu mente encuentra la manera de seguir adelante. Es como si todos tus sentidos estuvieran concentrados en un solo objetivo: inspiras los nuevos olores, te impregnas de las nuevas vistas y sientes la temperatura con cada uno de tus poros. Para mí, lo que siempre me ha empujado a entrenar es encontrar y lograr este tipo de experiencias con éxito. Creo que es ahí donde todo ese entrenamiento, tiempo de preparación y dedicación se manifiestan».

Convertirse en pioneros no era lo más importante para Chris y su equipo. Lo que ellos habían ido a buscar a Islandia era algo mucho más cercano y conocido, algo que muchos de nosotros buscamos a nuestra manera: la conexión con la naturaleza, con aquellos que nos rodean y con la gente que esperamos que sigan nuestros pasos.

«Las líneas de meta son figuradas. En un viaje como este, la línea de meta es tan solo un punto en el mapa. Puede que sientas un golpe de alegría o te invada la emoción pero lo más importante en una ruta son los kilómetros juntos, las risas, las comidas, las lágrimas, el sudor y sangre que habrás dejado durante toda la experiencia; incluso aquellas emociones que experimentaste sentado al ordenador mientras planificabas la ruta. Cualquiera que siga los pasos de nuestro equipo y recorra la ruta sentirá esa sensación de conexión con nosotros, a su propia manera, como si fuéramos familia», reflexiona Chris.

9 días. 975 kilómetros. Realizada por primera vez.
La línea en el mapa se convirtió en historia.