Monegros, el desierto vivo de Europa

Pistas de tierra, sol al por mayor, zonas silvestres, clima extremo y mucha aventura. Descubrimos a golpe de pedal tres zonas desérticas de España a través de una serie de reportajes realizados por apasionados de la bici, locos de exploración , que nos han enseñado sus itinerarios preferidos por su desierto.

Una colaboración entre Volata y Strava.

Desert Stories, parte 1 : Los Monegros

Los Monegros es la zona desértica más extensa de la península Ibérica y cuenta con una riqueza biológica única en el continente europeo. Esta tierra aragonesa, llena de contrastes y contradicciones, tiene una superficie de 2.750 kilómetros cuadrados y una densidad de población inferior a la del Círculo Polar Ártico. Al mencionar este desierto, a la gente le viene a la cabeza el festival de música electrónica que lleva su mismo nombre, la película "Jamón, Jamón" de Bigas Luna —con Penélope Cruz y Javier Bardem— o el mito de los barcos de la Armada Invencible construidos de la tala de encinares y sabinares que cubrían Los Monegros hace 500 años.

¿Qué puedes descubrir pedaleando por un lugar así? Si juntas en la misma ecuación la soledad de pedalear por rincones despoblados y caminos y pistas de tierra que confluyen con estrechas carreteras sin tráfico y la historia contemporánea de una tierra estigmatizada por la Guerra Civil, el clima extremo, la agricultura y el regadío, los pueblos colonizados y las tradiciones, el resultado es una experiencia ciclista única a través de uno de los lugares más singulares de Aragón.

La ruta circular que nos planteamos tiene como punto de partida y llegada el municipio de Sariñena, capital de la comarca de Los Monegros, que cuenta con su propio oasis en el desierto: la laguna de Sariñena. Allí circulan, se avituallan y reposan una gran variedad de especies ornitológicas, tanto autóctonas —garcetas, aguiluchos, avetoros, ánades, cormoranes...—, como migratorias —grullas...— que, dependiendo de la época del año, tendremos la suerte de ver. Participamos en esta aventura de dos días Laura, Cristina, Borxa y Quico, cuatro ciclistas amigos de Zaragoza con un objetivo común: descubrir a pedales las tierras altas de Los Monegros en nuestras bicis de gravel, combinando buenas pistas de tierra con algún camino agrícola asfaltado y algún tramo inevitable por carreteras comarcales. Nos acompaña Tomás, cargado con su cámara fotográfica.

Día 1: entre esculturas de arena y piedra

Decidimos partir temprano para evitar las altas temperaturas desérticas en verano. El sol llevaba una hora luciendo en el horizonte cuando sacamos las bicicletas de los coches. Laura se acerca al observatorio de aves a ver si pillaba in fraganti algún aguilucho lagunero zampándose su desayuno. Laura es una acérrima viajera y lleva años contando sus mil y una aventuras en bici y a pie por América y Europa a través del blog "Alforjas y botas". Cris —otra gran viajera y activista del ciclismo a marcha lenta— se pone crema en la piel para no achicharrarse. El parte meteorológico indicaba sol y más sol.

Nuestra caballería estaba compuesta de tres monturas de acero y una de aluminio. ¡Parece que el hierro ha vuelto para quedarse! Mientras Borxa, otro cicloturista con muchos kilómetros en las alforjas y experto jugador de bikepolo, termina de ponerle la rueda trasera a su Croix de Fer, yo cargaba el track de la ruta desde Strava al GPS, imprescindible para no perdernos en la encrucijada que nos esperaba. También contábamos con usar las Sugerencias de Rutas de la app Strava por si improvisábamos durante la ruta. Dejarse llevar por las sorpresas que el camino te ofrece y acercarte a lo inesperado es un aliciente más que recomendable.

Comenzamos la marcha bordeando la laguna de Sariñena, y antes de entrar en el pueblo viramos hacia el norte para cruzar las vías del tren, en el barrio de la estación. Siguiendo buenas pistas y carreterillas asfaltadas atravesamos la localidad de Capdesaso en dirección a San Lorenzo del Río Flumen, dos pueblos de menos de dos cientos habitantes. Esos primeros kilómetros nos dejan constancia de dos cosas: la primera, que vamos a poder rellenar las botijas de agua en cada pueblo —habrá uno cada diez kilómetros como máximo—; y la segunda, que no vamos a encontrar ni un solo bar abierto, así que es mejor llevar el almuerzo metido en los bolsillos del maillot, junto al protector solar.

La mañana avanza mientras desde lo lejos unos extraños obeliscos gigantes nos acechan. Son los llamados Torrollones de La Gabarda, unos torreones de arenisca aislados por la erosión, que nos sirven de referencia para intuir por donde va a ir nuestra ruta. Detrás de ellos, la loma del Mobache (o Mogache), un monte de 531m de altitud que no se encuentra en nuestro recorrido pero al que se puede subir por pista de gravel. Una opción interesante por si quieres improvisar sobre el camino. Laura se alegra de no tener que subir ahí arriba, ya que le había prometido una ruta con poco desnivel.

El camino nos lleva hasta Alberuela de Tubo, donde giramos hacia el oeste para encontrarnos con el canal del Flumen. Este río va a ser protagonista a partir de ahora de nuestra aventura y hasta el final. El canal cuenta con un camino asfaltado a su derecha y una pista de tierra a su izquierda así que podemos elegir. Cris insiste en ir por la tierra “¡que para algo hemos traído las gravel!” Remontamos el canal hasta el embalse del Torrollón donde hacemos una parada para echar algo a la boca, pues llevamos un rato pedaleando y merece la pena un descanso para curiosear cómo pescan los vecinos del lugar.

Seguimos el trazado del canal hasta Tramaced, pueblo que desempeñó funciones de retaguardia durante la Guerra Civil española y decidimos entrar a rellenar los bidones aprovechando que la fuente está junto a los antiguos refugios antiaéreos. Salimos del pueblo saciados de agua e historia y le propongo al grupo subir hasta la ermita de Tramaced (a 532m de altitud), donde nos encontramos con una visión panorámica de toda la comarca que nos deja con la boca abierta. Más adelante, cuando llegamos al pueblo de Piracés, las esculturas de arte y naturaleza de Fernando Casás llamadas “Árboles como arqueología” y la fortaleza árabe excavada en una roca gigante nos emocionan todavía más. En tan pocos kilómetros podemos encontrar rincones muy especiales y muy poco visitados.

Tras un descanso en Piracés, seguimos el camino cuesta abajo por unas rápidas pistas que nos llevan hasta Callén y Almuniente, para luego enlazar con una carreterilla que nos sumerge en los pinares que bordean a Frula, nuestra línea de meta de esta primera jornada. A mediados del siglo XX parte de estas tierras se repoblaron de árboles, se colonizaron con gentes venidas de otros lugares, y comenzaron a regarse con agua de los canales. Cuando aparecen las primeras casas de Frula, Borxa arranca con un sutil esprint mientras grita “venga que me adelanto y voy pidiendo una ronda en el bar”. El día ha sido más especial de lo esperado, sin sustos ni averías, y por si fuera poco nos queda por delante una agradable tarde en las piscinas y un merecido descanso en el albergue municipal.

Día 2: visita a las trincheras de Orwell

El sol amanece algo diferente en Monegros. Las cubiertas no han perdido apenas presión pero las cadenas empiezan a chirriar. Como llueve muy poco en esta zona, la tierra de las pistas levanta un polvo que se pega a la bici. Mientras desayunamos, nos imaginamos lo duro que debe ser convivir con el polvo en algunas de las cicloturistas y ciclodeportivas que se organizan por esta zona, como la Orbea Monegros, para bicicleta de montaña con una historia de 20 años, o La Monegrina, una cicloclásica con un ambiente muy familiar con tres ediciones a sus espaldas.

Tras el desayuno, la primera parada del día es el Centro de interpretación de la Guerra Civil en Aragón, en Robres, a unos 6km de Frula. Abre a las 11h y nosotros hemos madrugado bastante para no sufrir el calor, así que continuamos monte arriba y nos conformamos con visitar las impresionantes trincheras de la Ruta de las Tres Huegas, en la Sierra de Alcubierre. Son unos 10km en constante subida, hasta llegar a los 597m de altitud. Desde esta posición, el escritor británico George Orwell y sus compañeros del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) plantaron cara al ejército franquista. Este es uno de tantos vestigios de la Guerra Civil que se pueden visitar por todo Monegros. Los casi 6 km de bajada hasta el pueblo de Alcubierre nos permite apreciar desde la distancia los lugares por los que pedaleamos el día anterior así como los Pirineos, majestuosos, que nos recuerdan lo insignificantes que somos sobre nuestras bicicletas.

Al entrar en Alcubierre, Borxa nos indica que el bar del pueblo está abierto y nos relajamos un rato delante de unas cuantas bebidas bien frías. Allí, una grupeta del Club Ciclista Oscense nos confirma que te puedes encontrar con ciclistas, aunque en nuestra ruta no hayamos visto ni uno. Salimos en dirección a Cantalobos, otro pueblo de colonización, por unos caminos agrícolas más propios de la Toscana que de la estepa oscense. Nos hemos olvidado de tomar agua así que Laura propone entrar a rellenar.

La pista de Cantalobos da paso a la carretera de Orillena, donde reparamos un pinchazo de Cris. Seguimos pedaleando por caminos agrícolas que cruzan riachuelos y acequias. Los campesinos recogen cebollas mientras nosotros subimos a plato grande. Parece que sopla un poco de cierzo —viento del noroeste típico de esta zona— a favor y nos empuja amablemente hasta la vega del río Flumen. Las horas y los kilómetros han pasado en un abrir y cerrar de ojos.

Tras cruzar el puente sobre el Flumen, todavía nos queda un pequeño repecho de un 1km al 3% hasta llegar de nuevo a la laguna de Sariñena y completar nuestra aventura. Con la visión de este lago de 206 hectáreas, vamos recordando los lugares tan recónditos y bellos que hemos descubierto. Los cuatro sentimos la certeza de que pronto volveremos a pedalear por Monegros, el desierto vivo de Europa, donde todavía hay mucho por descubrir.